348: La blasfemia contra el Espíritu Santo 27/10/2024 #1323
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Pastor José Luis Cinalli
27/10/2024
La blasfemia contra el Espíritu Santo
27/10/2024
La blasfemia contra el Espíritu Santo
“… Cualquier pecado y blasfemia pueden ser perdonados, excepto la blasfemia contra el Espíritu Santo, que jamás será perdonada. El que hable en contra del Hijo del Hombre puede ser perdonado, pero el que hable contra el Espíritu Santo jamás será perdonado, ya sea en este mundo o en el que vendrá… Éste es un pecado que acarrea consecuencias eternas. Les digo esto porque ellos decían: “Está poseído por un espíritu maligno”, Mateo 12:31-32 (NTV) y Marcos 3:29-30 (NTV).
Jesús dijo que cualquier pecado podría ser perdonado. Pensemos en las listas de pecados mencionadas en la Biblia: “… Perversiones… corrupción (PDT)… avaricia, odio, envidia, homicidios, peleas, engaños, conductas maliciosas y chismes…” (Romanos 1:29, NTV)… adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías…”, Gálatas 5:19-21 (RV60); 1ª Corintios 6:9-10. Con arrepentimiento y confesión cualquiera de todos estos pecados puede ser perdonado porque Dios “… es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”, 1ª Juan 1:9. Los pecados de David (codicia, adulterio y homicidio) fueron perdonados. Los muchos pecados de la mujer de Lucas 7 fueron perdonados. Pedro negó a Cristo tres veces y fue perdonado. Saulo persiguió a la iglesia y fue perdonado. Incluso más, Jesús dijo: “Cualquier blasfemia contra mí… será perdonada; pero el que ofende al Espíritu Santo no tiene perdón de Dios”, Mateo 12:31 (NT-BAD). A Jesús lo acusaron de ser glotón y borracho (Mateo11:19); decían que era samaritano (Juan 8:48), que estaba loco (Marcos 3:21) y que blasfemaba al perdonar pecados, Marcos 2:7. Lo acusaron de mentiroso (Juan 8:13); de profanar el sábado (Marcos 2:24) y de no cumplir con la ley de Moisés, Mateo 12. Jesús dijo que todos estos insultos podrían ser perdonados pero “la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada”, Mateo 12:31.
El Señor hizo esta categórica declaración después de sanar a un hombre ciego y mudo poseído por un demonio, Mateo 12:22. Las multitudes se preguntaban si Jesús no sería el hijo de David, el gran Salvador prometido por los profetas, Isaías 35:5. Para apagar esa incipiente llama de esperanza mesiánica los fariseos dijeron: “… El recibe su poder de Satanás, el príncipe de los demonios”, Mateo 12:24 (NTV). Jesús dijo que eso era absurdo porque Satanás no trabaja en contra de sí mismo, eso sería suicidarse: “… Un reino dividido acaba por destruirse. Una ciudad o una familia dividida… no pueden durar. Si Satanás echa fuera a Satanás, pelea consigo mismo y acabará destruyendo su propio reino… Pero… yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios…”, Mateo 12:25-28 (NT-BAD, NTV). El triunfo sobresaliente de Jesús sobre Satanás fue el milagro de echar fuera demonios. ¿Quién era responsable por el malestar del hombre que Jesús sanó? Satanás. ¿Quién lo liberó de esa horrible miseria? Cristo. Es evidente entonces que Jesús y el diablo no podían estar juntos. Uno hacía el mal, mientras que el otro lo deshacía. Los fariseos habían blasfemado contra el Espíritu Santo al decir: “¡Beelzebú está con él!... Está poseído por Satanás…”, Marcos 3:22a (PDT) y 22b (NTV); Juan 7:20, 8:48, 52, 10:20. Belcebú es el ‘señor´ del mundo demoníaco. El autor sagrado lo ridiculiza llamándolo “Baal mosca” (2º Reyes 1:3, Septuaginta) o príncipe de las moscas. La única cosa a la que podía aspirar el diablo era ser príncipe de las moscas. Este ‘principito’ podrá creérsela y podrá hacerle creer a muchos de que es poderoso, pero la pura verdad y la verdad verdadera es ésta: el diablo es un ser creado al que Dios le tiene reservado un lugar de tormento eterno llamado lago de fuego o infierno.
Los fariseos no podían negar el milagro que Jesús había hecho; el hombre ciego y mudo estaba sano frente a sus propios ojos. La única alternativa que les quedaba era desacreditar la fuente de autoridad de Jesús. Lo acusaron de ser el representante de Belcebú o peor aún de estar endemoniado, poseído por el mismo Satanás. Tampoco podían negar el poder del Espíritu Santo operando a través de Él porque ya había sido anunciado por el profeta Joel (Joel 2:28-32) y ellos conocían muy bien las Escrituras. El poder del Espíritu en Cristo expulsando los poderes demoníacos era la clara evidencia de que el reino mesiánico había llegado. El reino de Satanás se estaba desmoronando por la obra de Cristo. Los días del Mesías prometido, cuya obra principal sería destruir el reino de las tinieblas habían llegado. Satanás, “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31) se enfrentaba con alguien mucho más poderoso que había empezado a saquear y destruir su imperio. El reino de Dios había llegado: “Si yo expulso a los demonios por el Espíritu de Dios, entonces el reino de Dios ha llegado… Pues, ¿quién tiene suficiente poder para entrar en la casa de un hombre fuerte como Satanás y saquear sus bienes? Sólo alguien aún más fuerte, alguien que pudiera atarlo y después saquear su casa”, Mateo 12:28-29 (NTV). Jesús dijo que había atado al hombre fuerte. ¿En qué momento? En el desierto. Si realmente hemos de limitar y aun arruinar las obras de Satanás debemos seguir el ejemplo de Jesús y batallar con “las invencibles armas del todopoderoso Dios” (2ª Corintios 10:4, NT-BAD); esto es: retiro, ayuno y oración. Tengamos la firme convicción de que el Señor puede ayudarnos en nuestra lucha diaria contra las estratagemas del diablo porque Él venció a Satanás y nosotros compartimos su victoria.
La sanidad del hombre ciego no se podía negar; la obra del Espíritu Santo a través del Mesías prometido tampoco. La evidencia de que Jesús obraba verdaderos milagros era clara e irrefutable. Entonces, ¿qué hacer? Cuestionar la fuente del poder de Jesús. Atribuyeron al diablo la obra del Espíritu Santo. Llamaron malo a lo bueno, oscuridad a la luz; impuro a lo que realmente era puro; ¡llamaron inmundo al Espíritu Santo, y a propósito! Los fariseos convencieron al pueblo que aunque Jesús hacía milagros, no era de Dios. El pecado de los fariseos era premeditado, a sabiendas. Era una irreverencia desafiante. Fue la culminación de un largo proceso de rechazar a Cristo y su obra. La blasfemia contra el Espíritu Santo era el rechazo final de la gracia de Dios. Habían fijado su curso y Dios iba a dejarlos navegar sin restricciones hacia la perdición. “Qué aflicción para los que dicen que lo malo es bueno y lo bueno es malo…”, Isaías 5:20 (NTV). Lo que era obviamente bueno y de Dios, los fariseos lo llamaron malo y del diablo. En la Ley de Moisés no había sacrificio para el pecado deliberado. En Números 15 se describe la expiación para los pecados no intencionales, pero si la persona “sabe lo que yo quiero y a propósito no lo hace, esa persona me ha ofendido… aquellos que descaradamente violen la voluntad del Señor… blasfeman contra el Señor… Puesto que trataron la palabra del Señor con desdén y desobedecieron su mandato de manera deliberada, deben ser completamente excluidos y sufrirán el castigo por su pecado”, Números 15:30-31 (TLA, NTV). Lo que se condenaba era la transgresión audaz, atrevida y deliberada de aquellos que a sabiendas desafiaban a Dios. Elí y sus hijos son un claro ejemplo. Ellos eran sacerdotes y sabían muy bien lo que a Dios le agradaba; sin embargo, pecaban a propósito: “Por eso juré que los pecados de Elí y los de sus hijos jamás serán perdonados…”, 1º Samuel 3:14 (NTV); Isaías 22:14; Hebreos 10:26-27. El pecado de los fariseos no era por ignorancia, ni fruto de una acción impulsiva sino el resultado de un continuo y obstinado rechazo hacia Jesús, su mensaje y su obra. Dios perdona todo pecado (1ª Juan 1:9) y su misericordia llega hasta el cielo (Salmos 36:5), pero cuando se rechaza permanentemente la voz del Espíritu que intenta convencernos de pecado no hay gracia que pueda alcanzarnos. Cuando una persona, a pesar de ser confrontada por el Espíritu, no quiere arrepentirse ni reconocer su pecado está rechazando el perdón que Dios le ofrece y está cometiendo el pecado imperdonable. La blasfemia contra el Espíritu Santo es el resultado de un progreso gradual en el pecado: primero se entristece al Espíritu (Efesios 4:30); si no hay arrepentimiento esto conduce a resistirlo (Hechos 7:51) y finalmente esto lo apaga, 1ª Tesalonicenses 5:19. No hay perdón ni en este siglo ni en el venidero para una persona que rechaza el llamado del Espíritu para confiar en Jesucristo y muere en la incredulidad. La solución es ésta: “El Espíritu Santo nos dice que si hoy escuchamos su voz no debemos endurecer el corazón...”, Hebreos 3:7-8 (NT-BAD).
¿Te has preguntado alguna vez si has cometido accidentalmente el pecado imperdonable de blasfemar contra el Espíritu Santo? Muchas personas sí. Pero solo los que le dan la espalda a Dios y no quieren arrepentirse necesitan preocuparse. Los que rechazan la voz del Espíritu Santo, rechazan la única fuerza que los puede guiar al arrepentimiento y a la comunión con Dios. Tales personas quedan petrificadas en su actitud de rebeldía y rechazo. Marcos lo llamó “el pecado de consecuencias eternas” (Marcos 3:29, NT-BAD); Juan dijo que era pecado de muerte (1ª Juan 5:16) y Mateo agregó que este pecado “jamás será perdonado, ya sea en este mundo o en el vendrá”, Mateo 12:32 (NTV). Cuidado entonces con rechazar la obra del Espíritu Santo, pues estaríamos comprometiendo nuestra salud espiritual en esta vida y en la venidera.
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