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621. Día 3. La unidad (Novena de Navidad)

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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com
Había una vez un pueblo en el recóndito valle de los Suspiros, donde el viento silbaba melodías entre los arboles. Allí vivía una comunidad unida por la tradición y el respeto a la naturaleza. La Navidad, en este lugar, era un tiempo de recogimiento y sencillez, muy alejado del bullicio y la ostentación de las grandes ciudades.

En aquel pueblo vivía una joven llamada Elena, Elena era una joven tejedora de manos delicadas y corazón generoso. Elena vivía con su abuela, la anciana y sabia Rosalía, en una cabaña de adobe con vistas al río congelado. A diferencia de otras familias, que gastaban sus ahorros en adornos y banquetes, Elena y Rosalía dedicaban su tiempo y energía a crear con sus manos regalos sencillos pero llenos de significado.

Cada año, Elena tejía bufandas y gorros con la lana de las ovejas de la aldea, utilizando tintes naturales que obtenía de pequeñas frutillasy las plantas del bosque. Rosalía, por su parte, moldeaba con paciencia pequeñas figuras de barro, representando a los animales del valle y los personajes de las leyendas locales. Juntos, creaban tesoros humildes, que no costaban dinero, pero que llevaban consigo el calor de sus corazones.

Este año, sin embargo, una sombra se cernía sobre el valle. Una gran tormenta de nieve había azotado la región, dejando incomunicadas a muchas familias y dificultando la llegada de provisiones. El espíritu navideño parecía haberse desvanecido bajo el manto blanco y frío.

En el pueblo, el alcalde, un hombre adinerado acostumbrado a las grandes celebraciones, se sentía frustrado por la forma como los habitantes del pueblo se sentían tristes. Para solucionarlo decidio organizar una gran fiesta, con luces y música, y convoco a la gente a la plaza del pueblo para que entre todos pudieran pasar la navidad. pero la gente parecía más preocupada por la escasez y el frío que por la diversión. Él, que siempre había asociado la Navidad con el lujo, se sentía desconcertado ante la falta de alegría.

Mientras tanto, Elena y Rosalía, ajenas a la frustración del alcalde, continuaban con sus labores. Con la misma calma de siempre, tejiendo y moldeando, como si la tormenta no fuera más que una pausa en el ritmo de sus vidas. Pero este año, en lugar de crear regalos para todos, decidieron hacer algo diferente: crear una manta gigante de retazos, utilizando todos los restos de lana y tela que tenían.

Cuando la noche de Navidad llegó, la plaza del pueblo comenzó a llenarse. De todas partes, un poco a regañadientes los habitantes con mucho frio se fueron acercando pero al llegar allí se dieron cuenta que debido a la feroz tormenta los músicos no habían llegado y que por dicha razón la fiesta se había cancelado. Todos se sentían aún más desconsolados. Estaban allí en medio de la plaza, con frio y sin saber como celebrar la navidad juntos. Elena y Rosalía, con la manta doblada cuidadosamente en su canasta, decidieron abrirla y extenderla. A medida que la iban extendiendo iba saliendo más y más y los habitantes del pueblo si bien no entendían como sucedia fueron colocándose la manta sobre ellos recibiendo el calor de la lana.

Los rostros cansados se iluminaban con una sonrisa al sentir el calor de la lana y la ternura del gesto. De pronto rosalia abrio su canasto y saco algunas de las figuras de barro para regalarsela a los niños . Los niños, al ver las figuras de barro, olvidaban por un momento su hambre y su frío y se precipitaron a recibir su regalo.

Entre la extrañeza y la excitación todos finalmente olvidaron el extraño suceso de que de ese para de canastos salia una manta interminable y cientos de figura

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En aquel pueblo vivía una joven llamada Elena, Elena era una joven tejedora de manos delicadas y corazón generoso. Elena vivía con su abuela, la anciana y sabia Rosalía, en una cabaña de adobe con vistas al río congelado. A diferencia de otras familias, que gastaban sus ahorros en adornos y banquetes, Elena y Rosalía dedicaban su tiempo y energía a crear con sus manos regalos sencillos pero llenos de significado.

Cada año, Elena tejía bufandas y gorros con la lana de las ovejas de la aldea, utilizando tintes naturales que obtenía de pequeñas frutillasy las plantas del bosque. Rosalía, por su parte, moldeaba con paciencia pequeñas figuras de barro, representando a los animales del valle y los personajes de las leyendas locales. Juntos, creaban tesoros humildes, que no costaban dinero, pero que llevaban consigo el calor de sus corazones.

Este año, sin embargo, una sombra se cernía sobre el valle. Una gran tormenta de nieve había azotado la región, dejando incomunicadas a muchas familias y dificultando la llegada de provisiones. El espíritu navideño parecía haberse desvanecido bajo el manto blanco y frío.

En el pueblo, el alcalde, un hombre adinerado acostumbrado a las grandes celebraciones, se sentía frustrado por la forma como los habitantes del pueblo se sentían tristes. Para solucionarlo decidio organizar una gran fiesta, con luces y música, y convoco a la gente a la plaza del pueblo para que entre todos pudieran pasar la navidad. pero la gente parecía más preocupada por la escasez y el frío que por la diversión. Él, que siempre había asociado la Navidad con el lujo, se sentía desconcertado ante la falta de alegría.

Mientras tanto, Elena y Rosalía, ajenas a la frustración del alcalde, continuaban con sus labores. Con la misma calma de siempre, tejiendo y moldeando, como si la tormenta no fuera más que una pausa en el ritmo de sus vidas. Pero este año, en lugar de crear regalos para todos, decidieron hacer algo diferente: crear una manta gigante de retazos, utilizando todos los restos de lana y tela que tenían.

Cuando la noche de Navidad llegó, la plaza del pueblo comenzó a llenarse. De todas partes, un poco a regañadientes los habitantes con mucho frio se fueron acercando pero al llegar allí se dieron cuenta que debido a la feroz tormenta los músicos no habían llegado y que por dicha razón la fiesta se había cancelado. Todos se sentían aún más desconsolados. Estaban allí en medio de la plaza, con frio y sin saber como celebrar la navidad juntos. Elena y Rosalía, con la manta doblada cuidadosamente en su canasta, decidieron abrirla y extenderla. A medida que la iban extendiendo iba saliendo más y más y los habitantes del pueblo si bien no entendían como sucedia fueron colocándose la manta sobre ellos recibiendo el calor de la lana.

Los rostros cansados se iluminaban con una sonrisa al sentir el calor de la lana y la ternura del gesto. De pronto rosalia abrio su canasto y saco algunas de las figuras de barro para regalarsela a los niños . Los niños, al ver las figuras de barro, olvidaban por un momento su hambre y su frío y se precipitaron a recibir su regalo.

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