Sábado 26 de Octubre de 2024 / La disciplina de Dios
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Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.
La disciplina de Dios
¡Con qué bondad obra Dios para hacernos entrar en razón! La desorientación no solo lo deshonra a él, sino que también nos priva de gozo y de paz. Si Dios nos permitiera continuar en el camino de la desobediencia, deberíamos cosechar las consecuencias. Pero, por amor, nos hace sentir su mano reprensora, y se vale de las circunstancias para quebrar nuestra rebeldía a su voluntad. Proverbios 3:11-12 nos dice: “No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere”.
Un padre cariñoso puede ser llevado a castigar a su hijo por su propio bien. El hijo puede dudar de los motivos del padre, pero la incapacidad del hijo para discernir el propósito del padre no cambia nada al amor o a los métodos del padre. Si el niño tuviera más confianza en su padre, le creería -aunque no sea capaz de entender. Entonces le resulta más fácil someterse a la voluntad del padre y obtener la paz. La confianza en Dios es necesaria para disfrutar de la paz.
El Espíritu Santo habla a nuestro corazón y a nuestra conciencia, mediante la reprensión y la Palabra, para llevarnos a confesar nuestro error y a volver a los caminos de la justicia. Ahora bien: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.” (He. 12:11). Humillada “bajo la poderosa mano de Dios” (1 P. 5:6), el alma vuelve a ser capaz de caminar por la senda de la justicia y cosechar sus pacíficos frutos.
Si aprendemos la lección del castigo de Dios, obtendremos la paz. Si guardamos sus mandamientos, ganamos aún más, pues “en guardarlos hay grande galardón” (Sal. 19:11). “Bienaventurados los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón le buscan… Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” (Sal. 119:2, 165).
E. C. Hadley
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